Suenan los tambores de la maraña y la animadversión
Anuncian su fatua visión de un mundo lóbrego, vacío
Invitando al culto maravilloso de los dimes y diretes
Salpicando las sonrisas y la paz de los presentes
Suenan los tambores de la discordia y el mal vivir
De la critica mal intencionada, irónica y catastrófica
De los celos vestidos de erudito reproche, luto infernal
Donde el cáliz nunca está medio lleno sino medio vacío
Suenan los tambores y su cacofonía envenena el viento
Cual titiritero de las tinieblas sonríe creando el caos
Tales notas musicales bailan en la oscuridad, solas
Tejiendo su propia soga y su destino agónico, crónico.
¡Ya no suenan los tambores!
Han callado, se han ahogado solos en su batir intento
¡Ya no suenan los tambores! Solo han dejado su ogro rastro
Y la posibilidad de una critica sin ironía, que celebre la expresión individual
Primero, y que incentive a mejorar la forma, la mecánica y el estilo.
Una critica honesta sin aires de superioridad docta y majadera, una critica humilde
Pues es bien sabido que la honestidad sin humildad abre espacio a que
Suenen los tambores...otra vez.
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