Monday, March 9, 2009

La Ballena Blanca y Los Desaparecidos Cuzcatlecos

La Ballena Blanca y Los Desaparecidos Cuzcatlecos.
Por Azael Vigil 12/30/08


Allá por la década de los 80, muchos de los pescadores de la bahía de Jiquilisco estaban sumamente alarmados con la repentina aparición de restos humanos dentro de los animales marinos pescados durante la implacable noche. Pues es parte de la costumbre del lugar, pescar de noche con candiles caseros.
Doña Ursula, la esposa de Siriaco, el pescador con más suerte de la región, fue la primera en descubrir un dedo índice y una lengua color morada partida en forma de V. Todo sucedió cuando ella le abrió las entrañas a un pargo hermoso y pesado con intenciones de comer pescado frito esa noche. Allí estaban enredados en las tripas del animal acuático los restos antes mencionados.
“­­­­­­­­­­­­­ ¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebido!”
“Han de ser de algún pescador ahogado.”
“¿Que hacemos Siriaco?”
Siriaco, con la paciencia reflejada en la frente, dando la impresión de las rayas de un acordeón centenario, volvió la mirada hacia al suelo y observando el dedo índice que por accidente o por intervención divina, daba la impresión de apuntar hacia el cielo como en la pintura de San Juan Bautista de Leonardo Da Vinci, de forma acusante dijo:
“Ursula, pone mucha atención a lo que te voy a decir. No podemos reportar este incidente a la policía por que esos ingratos son capaces de involucrarnos. Ya sabes como está esta mierda en el país.”
Pensó por un leve instante observando las nueve pulgadas de lengua y prosiguió:
“Esa lengua no parece de ser humano, mas asemeja una de culebra o de dragón. ¿No crees vos? “
“¿Entonces que hacemos Siriaco?”
“Quedarnos con el hocico cerrado mujer y darles cristiana sepultura a ese dedo y esa bendita lengua.”
“En esta clase de situaciones lo mejor es no decir nada.”
Dicho y hecho. La pareja siguió su vida como si nada hubiese sucedido.
Que conste que la actitud de esta pareja de pescadores no era maliciosa ni mucho menos pisirica, era simplemente su nato instinto de sobrevivir. La situación política y económica de todo el país durante este nefasto periodo de guerra, de haberse podido medir utilizando la escala Reichter, seguro hubiera sobrepasado el sismo mas catastróficos de la época. La muerte y la miseria convertida en pan de cada día.
De pronto, el mismo descalabrado fenómeno sacudía las aguas de Corral de Mulas, La Isla de Méndez, El Espíritu Santo, Puerto los Ávalos y Puerto El Triunfo. Los pescadores no hallaban que hacer ante la aparición de pedacitos de gente humana dentro de los, cada vez mas gordos y galanes, pescados de la región. El mito de Moby Dick, la ballena blanca que se comía a los hombres en el fondo del mar y luego los vomitaba por pedazos tomó vida propia. Muchos de los pescadores se retiraron para siempre de la pesca, asustados decidieron cambiar de profesión. Hubo mas de alguno que se atrevió a denunciar a las autoridades lo que estaba sucediendo en las aguas de la costa del Pacifico guanaco, pero fueron ignorados y hasta amenazados que mantuvieran la boca cerrada.
El miedo y el silencio se hicieron rey y ley en la bahía de Jiquilisco. Los pescadores originales de la región, en su mayoría gente humilde semi-analfabeta, abandonaron el área y se mudaron para el interior de los pueblos aledaños para nunca más comer pescado ni volver cerca del mar. Como es siempre de esperarse, la gente ambiciosa hace cualquier cosa con tal de hacer plata, y fue entonces que una nueva generación de pescadores surgió de la nada. A estos nuevos pescadores no les importaba comerciar con peces carnívoros, ni mucho menos creían en cuentos infantiles de ballenas blancas y pajaritos en cinta. Aun así, ellos no se atrevían a comer su propio producto.
Cada vez fueron apareciendo más peces. Cada vez eran más enormes y pesados. Las ganancias se multiplicaban y triplicaban al ritmo de la guerra civil. De repente, comenzaron aparecer camarones de un pie de largos sin contar la cabeza, y un sin fin de animales marinos jamás vistos en la área. San Salvador era el destino predilecto donde todos los pescadores encontraban mejor precio por sus pescas. Los mariscos, con su poder afrodisíaco era la debilidad de los altos rangos militares y por ende su dieta favorita. De esta forma, todos los pescadores tenían cliente asegurado, aunque no pagaran tan bien. Cuando los asesores militares extranjeros saborearon por primera vez los deliciosos mariscos come-gente, exclamaron, “this is the best seafood we’ve ever tasted. It is better than the one in Viet Nam, very sabroso.” A más de alguno de ellos se le ocurrió la lucrativa idea de exportar mariscos a la USA, volviéndose millonarios más rápido que pone un huevo una gallina. Mientras tanto, al pasar el tiempo, la tragi-cómica fábula de la ballena blanca tomó dimensiones fantásticas en los oídos de las gentes hasta el punto que todos terminaron creyendo que tan solo era un truco comercial perpetrado por militares para asegurarse el consumo exclusivo de la escandalosa producción de mariscos. Comer mariscos se volvió un oneroso esplendor. La mayoría de las personas no militares se abstuvieron de consumir tal caro producto.
Durante esta época de los 80, los periódicos internacionales y alguno nacional, reportaban un promedio de 3.000 muertos mensuales durante el conflicto civil. Si multiplicamos ese número por los doce meses del año nos da 36.000. Y si tenemos la visión y astucia de multiplicar 36.000 por los doce años de ofensivas que duró la guerra civil notaremos que la cifra es escalofriante. Y si le sumamos los DES/APARECIDOS la cifra adquiere dimensiones holocausticas. Cabe tener en cuenta que la versión oficial del gobierno Salvadoreño es que fueron 75 mil victimas. Y alegan con voz raquítica flórense de circo fantasmagórico que su versión esta respaldada con la evidente falta de pruebas que ayuden a localizar al resto de las victimas. “No cuerpo = no evidencia = no crimen,” resulta ser la suprema formula. ¿Dónde se encuentran los restos mortales de tales victimas? ¿Será que se los trago Moby Dick, la ballena blanca? ¿Será que…?
Sin embargo, años mas tarde después de la guerra, Ursula y Siriaco comentaban a sus nietos, con aires de historiadores pueblerinos, acerca de los peces come-gente.
“75 mil victimas dicen que dejo la guerra, pero yo les aseguro que la cifra ha sido adulterada.”
“Cállate el pico Siriaco, no asustes a los muchachitos.”
“Vos Ursula, siempre con tu miedo. La guerra ya acabó, podes hablar ahora.”
A todo esto, Justiniano, uno de los nietos que apuntaba a ser el primer miembro de la familia en asistir a la universidad, comentó:
“Siempre es así. Cada vez que el vencedor escribe la historia confunde/reduce el numero de sus victimas, pero cuando la victima o alguno de sus descendientes (como en caso del holocausto judío con su mas de cinco millones de victimas) escriben la historia, entonces el numero de victimas está mas cerca de la realidad.
Ursula trató de interrumpir a su nieto para que no fuera a meterse en problemas, o en camisas de once varas, que es lo mismo. El nieto carecía de temor en sus venas. Su primer semestre en la UCA (Universidad Centro Americana) lo había despertado del común letargo que acosaba a la nación y prosiguió su letanía:
“Aquí en El Salvador hubo un holocausto y punto. No importa lo que digan esos culeritos, mamaverga de pseudo historiadores de bolsillo lleno que se limpian el cuchinflay con las páginas reales de nuestra historia, añadiéndole sus prejuiciosas diarreas dialécticas a todo lo demás, asegurándose que las futuras generaciones desconozcan su propia realidad histórica. Muy pronto dirán que nunca hubo guerra, usted verá como mienten esos cabroncitos.”
Tiene razón el Justiniano tatita y mamita, contesta Parmenidas, el otro nieto, alistándose para cooperar en la tertulia casera a la orilla del mar. La luna estaba llena, parecía hecha de leche de cebra. Las estrellas semejaban candiles suspendidos en lo alto. La brisa, por momentos daba la impresión de coro angelical que va y viene perdiéndose en la espesura de la noche, pero de cuando en cuando la fuerza del viento rugía al ritmo de las olas que golpeaban la orilla del manglar en la distancia, causando escalofríos.
“La historia oficial que se escribe en El Salvador, está totalmente adulterada por la censura. Hay que leer la historia desde afuera del país para poder vislumbrarla bien. Por lo menos eso es lo que dicen los que han viajado al exterior.”
“Callate vos Parmenidas, no vayas aparecer a la orilla de la carretera con la boca llena de hormigas, o con la cabeza en la mano pidiendo cacao.”
“¿Por qué? Por decir la verdad. Fíjese nomás usted, de ser posible estos bárbaros omitieran la muerte de Monseñor Romero y la muerte de los Jesuitas y las monjas de los anaqueles históricos salvadoreños. Sabrá Dios cuantos patíbulos como el Mozote aun no han sido descubiertos por falta de testigos oculares. Imagínense ustedes abuelitos, que la historia oficial tiene al carnicero de D’abuisson, comparado internacionalmente con el “carnicero de Mauthausen” Aribert Heim, un gran admirador de Hiltler, como un ejemplar nacional. No cabe duda, aquí en El Salvador la historia tiene la profundidad de un charco pacho, donde solo los cisnes albos mojan sus alas para perpetuar su ascendiente vuelo a la eternidad, y no importa que sean zopilotes vestidos de cisnes. ¡El mar, hay si hablara la mar!
Todos callaron y se miraron uno al otro. La brisa nocturna de la bahía llenaba el silencio que calaba hasta el mismito tuétano de la columna vertebral. Solo se escuchaba la leve sinfonía de la leña verde junto con las palmeras de coco ardiendo en la fogata. Parecían meditar profundamente, al mejor estilo Juan Pablo II. El silencio preñó la noche y las esquirlas del pasado retozan desde el fondo del mar.
Dicen que por las noches el mar llora, como si el calcio de los huesos de los desaparecidos mezclados con la arena negra y el fango luto del manglar quisiera dar testimonio, o mantener viva la presencia de los mártires en silencio cuzcatlecos. Desde el fondo del mar se elevan esas voces del alma que aun se escuchan por las noches en la bahía, expresando en jeroglíficos milenarios, una plegaria al firmamento o quizás el último dictamen terrenal.
La ballena blanca… Moby Dick… ¡Hay si la mar hablara!

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