Saturday, April 4, 2009

Clemencia Exige Coqui Clemente (cuento de un recluso)

Clemencia exige Coquí Clemente

Cada vez que escucho la palabra clemencia, automáticamente se me presenta en la mente algo así como una melodía celestial, como una ventana de luz. Quizás por eso, en toda ocasión que tropiezo con dicha palabra cuando leo revistas, periódicos o manuscritos académicos, siempre termino de leer el resto del artículo muy lleno de gozo de saber que una buena obra se ha llevado acabo. Dicen los que saben que, “La clemencia redime, tanto a la víctima como al victimario.”

La historia que les voy a contar de Coquí Clemente, fácilmente pudiera ser una historia de ficción, pero la realidad se antepone. Resulta que a Coquí lo metieron preso en 1986, por cargos de posesión de drogas. A todo el mundo en la vecindad se le cayó la quijada, ya que Coquí era un chico muy estudioso y de buenas compañías. La cosa se puso peor. Bajo la ley Rockefeller, creada por el gran filántropo, Don Nelson Rockefeller hace un poquito más de treinta años atrás antes de que este muriera mientras le hacia furiosamente el sexo a su secretaria privada, la justicia se volvio injusticia. El caso es que a Coquí (le recetaron) lo sentenciaron a “15 to life, for a non-violent drug offense.” Años más tarde, Coquí le contaba a sus padres desde la calcel, acerca de cómo había caído en tal desgracia. “Después que terminamos de ver con mis amigos la película de Al Pacino, “Scarface”, mi filosofía de la vida cambió para siempre.” Al terminar de decir esto, todavía un poco avergonzado y con lágrimas en los ojos, Coquí se llevó las manos a la cabeza, mientras los padres contenían el llanto con esfuerzos fútiles. Ellos no acababan de entender como un muchachito que tenía todo el futuro por delante, en un relámpago se le troncó la vida. Coquí tenía un historial excelente, y era miembro activo en el coro de la iglesia del barrio. En su familia, nunca nadie había tenido problemas con la justicia, ahora él se había convertido en la oveja negra. Les contó a sus padres que accedió y aceptó, impulsado por la ignorancia de su juventud y la vasta terapia de un par de amiguillos, a llevar un sobre de correo a cierta dirección. Al llegar a la dirección, fue arrestado por policías encubiertos. En el sobre iba una onza de cocaína pura. Era la primera vez que Coquí se atrevía a semejante indiscreción y, según cuentan, fue tirado a los tiburones por un amigo falso que deseaba quedarse con su novia.

El fiscal que atendió el caso fue elevado de rango, ya que según los casos que gane, así crece el tamaño de sus bolsillos y su rango de autoridad en la guerra contra las drogas. El caso curioso es que bajo la Ley Rockefeller, el que impone la sentencia es el mismo abogado que hace la acusación. El juez es sólo pantalla. De más está decir que más del 94 por ciento de los encarcelados bajo esta ley son latinos y negros. Y aunque la ley fue creada para disminuir el uso y la venta de las drogas, en realidad no es eso lo que ha ocurrido. El que cae, la mayoría de las veces es siempre el inocente que no mide las consecuencias de sus actos y que carece de conexiones para esquivar la prisión. Cómo quisiera Coquí tener las mismas conexiones que la NYU “Pot Princes,” La Princesa de la Mariguana, Julia Diasco, quien fue sentenciada a un tratamiento de rehabilitación y cinco años de libertad bajo palabra, en vez de una sentencia de 25 años por los 8 cargos separados por la venta de drogas. Como sueña Coquí con la suerte del “Governor Pataki’s former Rockefeller Law spokesperson who was busted for buying crack cocaine and sentenced to a 250-dollar fine and treatment (Gotham Gazette). En fin, cómo sueña Coquí con la igualdad y clemencia para todos, y no solo unos pocos selectos.

Hay que revisar esta ley muy de cerca y hacerle los cambios necesarios, y evitar que miles de ciudadanos sean castigados con sentencias mucho más injustas que la falta cometida. Como dicen en el lenguaje jurídico inglés, “Let the punishment fit the crime.” Y no, “Let the punishment become the crime.” “Que la sentencia sea equitativa con el crimen y no dejar que la sentencia se vuelva el crimen.”

A lo mejor, si Nelson Rockefeller estuviera vivo, si se hubiera resistido de revolcarse en el escritorio con su concubina (ya que murió, según versiones verídicas, un segundo antes de eyacular) y viera hoy como su proyectito de ley se ha vuelto un negocio turbio y redondo, tanto para los “prosecutors” (Fiscales) como para los “prison complex developers,” (Los constructores de prisiones) lo más seguro, que sugiriera una reforma justa, una clemencia. ¿Y qué tal si los “prosecutors” fueran los mismos inversionistas de los “prison complex developers?”, entonces si sería un negocio cuadrado, digno de magnates del nuevo mundo.

Yo, mientras tanto, espero que Dios encuentre clemencia en su corazón para perdonar y recibir el alma de don Nelsito Rockefeller por la cagadita de ley que nos dejó. El otro día me tropecé con Doña Taína, la madre de Coquí, y cuando le pregunte acerca de su hijo me contestó, “ Clemencia exige Coquí Clemente!”

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