Saturday, April 4, 2009

Genaro De La Roca Hypotenusca

La iglesia del pueblo era centenaria, musgosa y muda como un sarcófago. Detrás estaba el convento de los Jesuitas, acorralado entre tapiales, con su gran arboleda gris; corredor de ladrillos de barro rojizo; de tejado barato, sostenido por varios pilares de mármol griego y una estruendosa torre- campanario que anunciaba el Ángelus a diario con precisión Rolex suizo. Allí estaba de rodillas y cabizbajo Genaro de la Roca Hypotenusca, postrado ante San Juan Bautista, el santo patrón de las sociedades secretas. Un icono de Ignacio Loyola, sonreía tiesamente en una esquina, polvoso y mal maquillado y con velas rojas a medio quemar. Era sábado, día de confesión.

La crónica mundial rugía como mar en tempestad indignada y, la noticia del momento indicaba que un grupo sin denominación religiosa o política, andaba por todo el globo terráqueo exhumando cuerpos de los cementerios. Misteriosamente, los restos humanos eran selectivamente escogidos, no de cualquier persona en particular. El requisito mayor, primordial y único, era haber sido hallado culpable de delitos contra la humanidad. Todo aquel que cuando en vida, cometiera tales crímenes sin haber sido convicto, utilizando la inmunidad diplomática o cualquier otro mecanismo gubernamental para evadir culpabilidad, después de muerto, sus míseros huesos eran desenterrados y traídos a la justicia. Ni la muerte podía salvarlos del mal acometido. Jim Jones, el fanático religioso que planeo el genocidio en Guyana de todos sus seguidores, Adolfito Hitler y muchos de sus fieles subalternos, una lista larga de dictadores y militares Latinoamericanos con Pinochet, el General Martínez (el brujo), el General Monterrosa (por el Mozote), un par de líderes políticos norteamericanos, y uno que otro cura pedófilo encabezaban la sombría lista. Tres Papas católicos y un par de presidentes y vice- presidentes gringos eran históricamente estudiados y, por lo visto, sus huesos corrían peligro. Los restos mortales de esta inhumana y diabólica estirpe no merecían reposar en la misma tierra que descansaban miles de sus inocentes victimas. La idea era dejar bien claro a la humanidad y, a los futuros malhechores, que una nueva era había amanecido. Una humanidad nueva que demandaba responsabilidad, integridad y honestidad de sus líderes, no aceptando la corrupción ni manipulación, ni el encubrimiento de sus actos. Y como dicen las escrituras, “como es arriba es abajo,” entonces, tal iniciativa cargaba la misma formula, solo que al revés. No sabemos a ciencia cierta que clase de castigo el Creador tiene reservado para esta clase de monstruos después de la muerte, de lo que si nos podemos asegurar es de que sepan sus futuros imitadores, que las manos justicieras de la tierra, los alcanzará después de la tumba. Y si el cliché que usualmente utilizan los malvados profesa que la ‘historia los absolverá,” pues precisamente eso es lo que este grupo de radicales progresistas incógnitos intentaba: Absolverlos de la tierra con todos los homenajes y protocolos que se merecen, como la escoria que son. “Con la vara que midas serás medido,”reza el proverbio bíblico.

De súbito, la exhumación de cadáveres de criminales de guerra incluía, crímenes financieros y crímenes en contra del planeta. En todas partes del mundo, cada pueblo desempolvaba y revisaba sus libros de historia en busca de justicia para los verdaderos mártires en silencio de sus poblaciones. Las exhumaciones seguían aumentando, y cada pueblo recuperaba su dignidad mientras aclaraba el futuro de sus ciudadanos. Nadie tenía excusas ni garantías de inmortalidad al cometer un delito contra la humanidad, los tentáculos de la vida, de las nuevas generaciones, no conocían la impunidad ante semejantes atrocidades. El mensaje era claro, exposición publica y humillación a quien en vida fuera un charlatán, ladrón, y criminal ciervo publico. En cada rincón del mundo, este fenómeno se propagaba a velocidad ecuánime y pie de hierro. En México, Argentina, El Salvador, USA, España, Rusia, África e Inglaterra, por todos lados, la gente ponía a sus déspotas líderes en un pedestal, junto a la letrina de los puercos, donde se merecen estar.

Había un tribunal seleccionado para estudiar cada caso, pues es fácil convertirse en el mismo monstruo que uno combate, utilizando las mismas artimañas que el verdugo, así es que, cada caso era estudiado a profundidad y votado en consenso. La forma del comité era horizontal, al contrario de las jerarquías en pirámide que asfixian la humanidad, donde el de abajo le debe ciego respeto al de arriba, dando oportunidad para el chantaje o la utilización de favores a cambio de avance vertical. Las decisiones eran tomadas en consenso, y no como en el modelo pirámide, el cual da supremacía al que se encuentra en la cúspide, carente de democracia. 25 años tenían que pasar antes de dar un último veredicto a menos que las pruebas fueran contundentes e irrevocables, como en muchos casos.

El cura Judas Mateo escuchaba consternado aquella confesión a los cuatro vientos de Genaro de la Roca Hipotenusca sin despegar la oreja de lobo de la ventanita divisoria del confesorio, incrédulo, enmudecido, no sabia que consejo dar o que oración recomendar pues todo aquello le había dado mucho que pensar, pero nada que decir.

El argumento de Genaro era valido ya que el abogaba que la formula o modus operandi de estos criminales en contra de la humanidad, había sido por largo tiempo eliminar a los disidentes, intelectuales, estudiantes, la oposición, y cualquiera que estuviese en su contra, con la errónea consigna, “Muerto el perro se acabo la rabia,”y ellos seguirían impunes con su lista larga de atropellos, propagando y contagiando su mesquino proceder hasta generaciones actuales. Claro, Genaro y su grupo insurrecto pensaban todo lo contario, “Muerto el perro no se acabó la rabia.”

Tres días después de la confesión de Genaro al cura Judas Mateo, fue, en contra de las leyes eclesiasticas, arrestado y torturado por autoridades imperiosas, acusado de sedición y apostasía. No lograron sacarle ni un gemido, ni mucho menos una confesión del paradero de sus camaradas. Su trágico final fue al mejor estilo Inquisición, y la orden llegó desde la cúspide de la pirámide, aya donde el poder político, financiero y religioso forman una sola y misma nube oscura, como moscarrones que acaparan y cubren la luz del sol, condenando a las tinieblas al resto de nosotros.

El espíritu noble y angelical de Genaro de la Roca Hipotenusca, este Cristo criollo, impulsa y modifica los ejes éticos y morales de un nuevo mundo, mientras su tropa clandestina revisa pacientemente, desde un pliegue recóndito del universo, los implicados en su injusto y cruel asesinato.

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