Saturday, April 4, 2009

Un Divorcio Moderno (cuento colorado)

Ricky y Pandora era una joven pareja de yuppies recién casados que habitaban un lujoso apartamento con vista panorámica al parque central del corazón de Manhattan. Ambos habían hecho su fortuna durante el auge tecnológico de los años 90, y habían pasado la luna de miel en un viaje espacial alrededor de la tierra auspiciado por la NASA. El precio: cinco millones de dólares por persona. Cuando a su felicidad matrimonial se refería, esta joven pareja no escatimaba gastos ni inhibiciones. Después de tres bellos años de casados, el sentimiento y las ganas de ser padres aumentaba en sus corazones, pero por más que trataban, Pandora no se embarazaba. Trataron todo el Kama Sutra, variando las posiciones de acuerdo al los movimientos de la luna y los astros, y nada. Por poco se rompen un hueso. Trataron métodos médicos artificiales y exclusivos, y el vientre de Pandora o el semen de Ricky seguían infértiles como las arenas del desierto de Nevada. Una lluvia de tristeza y sentimientos de culpa descendió sobre el joven matrimonio.

A medida pasaba el tiempo, la frustración de la pareja incrementaba a pasos de Goliat sin caites. Fue entonces que a Pandora se le ocurrió la brillante idea de visitar centros inconvencionales de toda índole con tal que su instinto de madre fuera satisfecho. Alguien le recomendó un medico brujo que ejercía en el (Spanish Harlem) barrio latino, cerca de la Marqueta en la calle116. El Brujo tenía fama de aliviar toda clase de maleficios, humanos y celestiales y hay gente que asegura haberlo visto convertirse en un murciélago y después en un querubín de san Pedro. Poseía la potestad sobre el bien y el mal, en pocas palabras, estaba hecho un dios el jodido brujo. Pandora entró al recinto del brujo cubano y observó un altar lleno de flores y olores de incienso que penetraba todo el pulmón. Un manto color kakadorado se caracoleaba alrededor de los hombros de una divinidad del panteón Yoruba que parecía reírse desde el centro del tabernáculo. Se sentó en una estera y comenzó a escuchar aquel charlatán.

-No cabe duda, a usted le han hecho un embrujo. Los caracoles no mienten nunca.

-No esta fácil la cosa, y el remedio va a costar una fortuna.

-Estoy dispuesta a pagar cualquier cantidad.

-Entonces aquí esta el antídoto.

Empacó los baños superticionicos que le recetó el brujo, compró tres velas coloradas en la botánica “Pégame pero no me dejes,” y se marchó con una sonrisa de esperanza en los labios. El precio de la consulta le ajustó al brujo para comprarse un coche ultimo modelo que venia deseando desde hace algunas navidades. Pandora siguió todo al pie de la letra como había sido indicado. Pasaron los meses y nada…

La relación de la joven pareja deterioraba a velocidad redoblada. Resurgieron los sentimientos de culpa, y los reclamos comenzaron hacerse insultos. Pronto llegaron a parecer perros y gatos sin tregua. La chispa que mantiene ardiendo al amor, se había extinguido de sus corazas chimeneas. Todo era pleito tras pleito, gritos y gritos. Todos los lujos del mundo, o la plata del planeta no daban abasto para aminorar aquella situación. La vida sexual de la joven pareja cayó en un abismo de olvido y malas mañas. Se evadían, fingiendo mala salud: dolor de estomago o dolor de cabeza. Ambos preferían mejor masturbarse y no hacer el amor. El coito se había convertido en el perpetuo recuerdo que ambos eran estériles. Al caer la noche, ambos simulaban cansancio y mal humor. El silencio y distancia por las noches, los gritos por el día, la frustración y la incomprensión se hizo rutina en aquel aposento frente al parque central. Ya el serafín lago del parque que se apreciaba desde sus ventanas, parecía una mancha negra o una cagada de dinosaurio sobre las rocas. La felicidad sentada en bancarrota…

A Ricky se le ocurrió la brillante idea de comprarle una mascota a Pandora, talvez así su mal carácter mengua, pensó. Consiguió un canino pastor alemán de tres meses y las cosas cambiaron un poco. Al pasar del tiempo, Rasputin, el perro, se convirtió en la adoración de Pandora. Ella le confiaba todos sus males, y el perro solo la miraba tristemente y agachaba su cabecita, cosa que le confirmaba a Pandora que Rasputin tenía facultades humanas. No pasó mucho tiempo y Rasputin se trasladó a dormir en la cama matrimonial y Ricky terminó en el sofá de la sala. El perro era tratado como un príncipe anglosajón, como esposo, y Ricky recibía trato de perro aguacatero. La situación empeoró cuando Pandora fue vista en público besándose francesamente con Rasputin. El trastorno había adquirido dimensiones siquiátricas. El perro tenía mejor vida que Ricky, pero a este no le importaba, siempre y cuando Pandora estuviese feliz. Al fin y al cabo, un beso no quita nada.

Un día, Ricky regresó a casa temprano de su trabajo en Wall Street (La bolsa de valores) y encontró a Rasputin haciendo uso de su larga canina lengua entre las piernas de su amada esposa en el sofá. Ella parecía gimnasta olímpica, con sus dos (bisagras) piernas abiertas de par en par, gimiendo y haciendo ruidosos sonidos exóticos. Un bote de miel de abejas junto con crema dulce y un racimo de uvas descansaba a un costado de la escena. Rasputin tenía calcetas blancas en forma de guantes en sus patas, y también se miraba embullado de placer. La escena rompía los esquemas del mejor fetiche griego imaginado. De repente, aun sin advertir la presencia de Ricky, Pandora vestida de aprendiz de dominatriz, comenzó a chupar un enorme miembro colorado y lechoso como si fuese dulce de feria. Rasputin, ya bien entrenado, trababa los ojos extasiado mientras hacia movimientos de entrada y salida con la cintura. El colmo llego a su límite cuando Pandora obligó a Rasputin a que la penetrara y el perro muy obediente la clavaba cuantas veces ella se lo pidiera. Ricky no soportó semejante desmadre, y tragándose el vomito fresco en su laringe, huyó de la escena negándose a creer lo que había presenciado. De alguna manera se sentía culpable…

A proporción que los días pasaban, aquel amor de Ricky y Pandora se volvía inrrescatable, y el idilio de Rasputin y Pandora se intensificaba al mejor estilo Romeo y Julieta, pornográfico. Ricky propuso que adoptaran un bebe, pero la fiebre de Pandora para con su mascota desbordaba en locura. Ella solo tenía ojos para el perro. Ricky hizo lo que pudo para salvar su matrimonio y nada… Semanas más tarde, Pandora como loca, buscaba a su mascota por todo el apartamento y no lo encontró. Salió a pegar carteles con fotos de Rasputin por todo el barrio, con recompensa monetaria asegurada para quien se lo devolviera. Parecía como que la tierra se lo había tragado. Los ataques de rabia que la sacudían por la perdida se las desquitaba con el pobre Ricky que ya no hallaba que hacer, ni a que santo rezar. Alguna gente aseguró haber visto a Rasputin detrás de una manada de perras en dirección al círculo de Colon (Columbus Circle) en la calle 59 con Broadway. Pandora acusó a Ricky de haber dejado salir a la calle al bendito perro. Rasputin no apareció nunca más. La demanda de divorcio la ganó Pandora que acusó a Ricky de negligencia domestica y mal cuchi- planchador. Ricky mantuvo su postura de caballero y accedió acatar el dictamen del juez.

Cuentan que Pandora, ha comenzado una cruzada por toda la nación con miras a encontrar a Rasputin, o un sucesor, para su canino adorado. La depresión la ha hecho perder algunos kilos. A todo esto, Ricky se ha comprado una linda perrita chihuahua con nalguitas de Barbie y ojos color burdel, es la admiración de la cuadra, el divorcio como que le vino bien.

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