Saturday, April 4, 2009

LIBERTAD DE EXPRESION


Ante poderes opresores que apuntan a privar a los ciudadanos de los derechos más básicos para subsistir, forzándolos a una perpetua esclavitud y lenta desmoralización, el derecho del ciudadadano se ratifica en protesta. Ante la explotación material y espiritual despiadada del fuerte contra el más débil e indefenso, quedarse de pasivo espectador es volverse cómplice. Hay momentos en la historia, que un grupo de ciudadanos aunan fuerzas y cambian el rumbo de una sociedad, una organización o un país. También, hay momentos en la historia (y siguen habiendo) en los cuales a estos grupos protestantes/manifestantes se les ha oprimido, perseguido y hasta asesinado por el simple hecho de que ciertos intereses “invisibles” en la sociedad se sienten amenazados. Sea como sea, lo cierto es que siempre hay gente dispuestas a arriesgar sus vidas para defender una causa justa, como también las hay que simplemente por abrir la boca y demandar tus derechos te dan un par de tiros, o te echan a los “bulldogs.”

La primera vez que tuve la oportunidad de presenciar una manifestación, apenas tenía once años y vivía en un pueblito de El Salvador llamado Jiquilisco, pero yo le llamo cariñosamente Jiquilix City. Recuerdo que me dirigía hacia el mercado, cerca de la plaza, a comprar tortillas, y mi madre me había dicho que no fuera a demorarme demasiado. Yo tenía la inocente manía de que cada vez que me mandaban a cualquier mandado fuera de casa, tardaba más tiempo de lo necesario, usualmente me quedaba jugando balón-pie en la calle con otros chavalitos. En más de alguna ocasión llegué a olvidar lo que mi madre me había mandado a hacer. En otras, perdía el dinero de la compra. Claro, lo perdía jugando cartas o dados. La cuestión es que me causó gran emoción ver el murmullo de gentes con toda clase de carteles, y gritando, “!Justicia! ¡Justicia!” Unos se cubrían el rostro con máscaras negras, otros rojas, algunos llevaban sombrero y otros (las mujeres) con sombrillas negras para protegerse de las inclemencias del sol. Hacía un calor del carey; yo observaba todo desde el portal del cine, a cuadra y media de la iglesia la cual estaba situada a un costado del mercado. Todavía no había comprado las tortillas, y cuando ví al gentío, instintivamente me uní a ellos creyendo que era un carnaval de fiestas patronales. Participaban toda clase de personas, desde el más joven hasta el más viejo, hombres, mujeres y niños. Era un río de seres humanos en busca de libertad y justicia y un futuro mejor. Era la máxima expresión de un pueblo oprimido e intimidado por sus gobernantes de puesto.

Inmediatamente de mi ingreso a la manifestación, un joven me dio un cartel con letras rojas, lo tomé como gesto de buena voluntad y le dije gracias. No había caminado una cuadra con ellos cuando ya iba echándoles segunda voz con ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Qué viva el pueblo! ¡Gobierno corrupto! ¡Asesinos! ¡Los pobres tienen hambre! ¡La tierra es para quien la trabaja! ¿Dónde están los desaparecidos? ¡Políticos sucios! En este cántico iba, cuando mi tío Mario, que por casualidad se paseaba por allí, me reprendió y por poco me arranca el brazo de un zamarrón, sacándome del gentío. Más tarde me explicó que se trataba de una manifestación popular y que yo no tenía por qué andar metido en esas “babosadas” arriesgando mi vida y la de mis familiares. Yo no entendi a lo que mi tio se referia. Le dije que creía que iban pa’ una fiesta donde darían sándwiches y gaseosas; él se sonrió y me llevó a la casa. No comimos tortillas ese día; mi madre no estaba muy contenta conmigo tampoco. Días más tarde, comenzaron a aparecer en el parque del pueblo, cuerpos mutilados, decapitados y torturados. La gente dedujo (mi tío Mario fue el primero) que eran los cuerpos de los que habían participado en la manifestación días antes. Reconocí una cabeza que tenia los ojos abiertos mirando al cielo la cual descansaba sobre un tumulto de cuerpos sin vida y me acordé del joven que me dio el cartel con letras rojas.

Esa fue la primera vez que vi una manifestación, a partir de ahí; han sido muy raras las veces que he participado en otras. Creo que el derecho a protestar de un pueblo, y demostrar su descontento en público, si no es respetado y garantizado en práctica por un gobierno, dicho gobierno muestra síntomas de corrupción y mala gobernación. La protesta es una queja del ciudadano colectivo que busca una solución a un problema de supervivencia inmediato, sea la educación, la alimentación, la mejora salarial u otros derechos civiles, y si el gobierno pone oídos sordos a tal queja, reprimiendo a tiros a los ciudadanos, torturándolos y obligándolos a defenderse, hasta puede llegar a hacerse y justificarse un conflicto armado, como en el caso de muchos países alrededor del globo terráqueo. La libertad de expresión debe ser respetada universalmente, y como dice el viejo adagio, “quien nada debe, nada teme.” ¡Viva la libertad!

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