Saturday, April 4, 2009

DOMESTICANDO A LA BESTIA (cuento)

Domesticando la bestia
En mi vida han habido, y siguen habiendo, varios momentos en los cuales me he salido de mis “casillas,” y he terminado dañando una buena conversación, el inicio de una amistad nueva, y hasta me he ganado cantidad de “enemiguillos.” Resulta que soy alérgico a las injusticias y los abusos, ya sean celestiales o terrenales, y cuando me encuentro frente a un episodio de esta índole, ciegamente pierdo los estribos y suelto la lengua, denunciantemente. En más de alguna ocasión he exagerado o mal entendido la situación y he reaccionado impulsívamente con verbos de combate y retórica dracónica. Horas más tarde, me he dado cuenta de que estaba ahogándome en un vaso de agua, y que la situación no merecía la respuesta que le adherí. ¡“La cagué otra vez!” Me digo en mis adentros. Claro está que no todas las veces he estado equivocado, lo que pasa es que en muchas ocasiones, a la hora de hablar, dejo que mis emociones dicten mis palabras y mis reaciones. Y mis emociones, siendo ellas iracundas, guerreras y bohemias se cierran al argumento racional. Termino sintiéndome como un simple Bufón, como un fenómeno patológico incapaz de sincronizar y alinear las emociones a un argumento dialéctico. Como alguien que no puede articular y defender sus conceptos clara y eficazmente en un grupo de individuos. Muchas veces tengo bastas razones para defender mi estancia, pero en la manera en que lo hago fallo. El tono de mi voz se torna áspero y agresivo. Mis ojos irradian llamas que queman todo cuanto enfocan, tal si fuesen víctima de agravío. “Se me sale el Indio Atlacatl,” o quizás es la bestia en mí, y mi argumento pierde peso y sustancia.

En esta ocasión particular, había sido invitado a participar en una reunión multiétnica y racial, con vistas a discutir y tratar de proponer soluciones a temas concernientes a los problemas culturales existentes en la sociedad actual. Por lo menos, eso era lo que yo creía y tenía por entendido que sucedía en tales reuniones. Eso era lo que había leído en todos los avisos de La Prensa Grafica y el New York Times. O sea que el lema era “Hermandad y Diversidad.” Yo, que siempre estoy buscando conocer y saber de esta clase de “temas” y “lemas,” terminé aceptando y concurriendo a mi primera y última reunión en la logia Herencia 23 de Manhattan.

De primera impresión, me fascinó el local. Estaba elegante y románicamente diseñado; parecía un salon Royal. Mientras esperaba en la ante-sala sentado en un cómodo sofá estilo revolución francesa, observaba extasiado cada detalle de los símbolos arcaicos que adornaban el cielo ante-saleño. Hacía esfuerzos por controlar mi postura y mis emociones. Percibí una estatua de George Washington de aproximadamente 10 pies de altura color oro adornando el cuarto adyacente que me causó escalofríos y asombro. De repente, comprendí que había olvidado la corbata y que debí haber dejado mi boina en casa, pues parecía ser de que dicho lugar era de caché y altas esferas. Igual, proseguí, aunque daba por sentado que mi indumentaria sin duda me ubicaba de facto, en posición desfavorable.

Al estar todos ya reunidos me dí cuenta que, a excepción de mí persona, todos vestían (parecían pingüinos) trajes elegantes de tres piezas; yo parecía un lunar oscuro en la luna en medio de tanta opulencia marfilesca. A muchos, de los sentados a la derecha, no les gustó el hecho de que yo no me removiera la boina de mi testa y lo tomaron como un improperio. Los de la izquierda no le dieron importancia y hasta parecían disfrutar mi afronte. Sin embargo, yo había pre-meditado lo de la boina e intentaba medir el nivel de tolerancia en el grupo. El hielo se despiñicó cuando pregunté a qué hora llegarían los delegados de los negros, los puertorriqueños, los sur americanos, los mejicanos, y de otros grupos importantes como los dominicanos, por ejemplo. De presto, el aire se volvió irrespirable, y las miradas irradiaban desdén. Implícitamente fui acusado de comunista, socialista y utopista por un suramericano que se creía anglosajón, y arremetió contra mí con sátiras y juegos psicólogicos de escuela parvularia, cual si yo fuese un indito ignorante que recién cruzó el río. ¡Que sorpresa la que se llevó! [yo estimo que todavía sueña conmigo]. Demás está decir que este señor Quiteño pertenecía al grupo de la derecha y se hartaba lleno de arrogancia sermoneándome que El era miembro de tercer grado por 33 años, y que yo talvez no daría la talla. Ahí estaba ya el grupo completo: muchos blancos y otros pálidos {de piel. Todos parecían fantasmas sin gracia alguna, como si le huyeran al sol al mejor estilo conde drácula. Estallé de ira y casi les grité de que la dicha “Hermandad” y “Diversidad” que tanto hablaban y se adjudicaban sólo era cierto en papel y no en sus prácticas, y me marché. O quizás me marcharon, no lo sé.

De regreso a casa mientras viajaba en el metro, recapacité y caí en cuenta: No era para tanto. Ahora trato cada día de mantener mis emociones bajo control, tratando de pensar antes de hablar y no vice-versa. Trato de practicar la tolerancia a diario, pero cuando me encuentro frente a frente con una escena como la antes descrita, mi erupción emocional se posesiona de mi ser como Cristo en templo filistino, y entonces derrocho todo a mi alrededor. Tengo que tener más cuidado o terminaré como Jesús en Golgotha. Lo cierto es, de que existen organizaciones las cuales requieren y demandan como requisito primordial, o como piedra angular de su existencia, que los nuevos miembros carezcan de mente critica e inquisitiva y por ende le imponen la mentalidad colectiva del grupo. No hay espacio para individuos con libre pensamiento, el grupo significa todo, tal parece una suma de ceros nada fraternal.

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